Transición democrática, el proceso por el cual Chile pasó de una dictadura militar a un sistema electoral y constitucional en los años 80 y 90. También conocida como reconstrucción institucional, fue el cambio más profundo que vivió el país en el siglo XX, y aún hoy define cómo votamos, cómo nos organizamos y qué esperamos de nuestros líderes.
Esta transición no fue un evento único, sino una serie de pasos: desde el plebiscito de 1988 hasta la primera elección presidencial libre en 1989, pasando por la reforma de la Constitución de 1980 y la desmilitarización de la política. No fue fácil. Hubo negociaciones, presiones, miedos y también esperanzas. Los chilenos no solo eligieron a un nuevo presidente, sino que reivindicaron el derecho a protestar, a tener medios libres, a elegir a sus autoridades sin temor. Y eso, en el fondo, es lo que sigue vigente hoy: la idea de que el poder viene del pueblo, no de un general.
Lo que muchos no recuerdan es que esta transición no se hizo sola. Fue el resultado de años de movilización ciudadana, de sindicatos, universidades, iglesias, y también de algunos militares que entendieron que el país no podía seguir así. El voto obligatorio, una herramienta clave para asegurar participación masiva en las elecciones fue parte de ese diseño. Hoy, cuando Servel publica listas de vocales de mesa para elecciones como la de 2025, lo que estamos viendo es el legado directo de esa transición: un sistema que, aunque imperfecto, funciona porque la gente participa.
Y no solo eso. La transición democrática también abrió la puerta a que mujeres, jóvenes y comunidades marginadas entraran al debate público. Hoy, cuando una periodista como Carolina Fernández habla de las barreras que aún enfrenta en el deporte, o cuando mujeres emprendedoras reciben premios por proyectos sostenibles, están construyendo sobre ese mismo suelo. La democracia no es solo elegir presidentes. Es que todos tengamos voz, que se respeten los derechos, que haya rendición de cuentas. Y eso, en Chile, se empezó a construir hace 35 años, con decisiones que muchos creyeron imposibles.
Lo que sigue no es volver al pasado, sino terminar lo que se empezó. Las elecciones de 2025, los simulacros de sismo-tsunami en Valparaíso, los cortes de agua en La Florida, los debates sobre pensiones en Lima, incluso el uso de la tarjeta verde en el Mundial Sub-20: todo esto tiene raíces en esa transición. Porque una democracia no se mide solo por las urnas, sino por cómo se resuelven los problemas cotidianos. Si el sistema no responde, no es porque la transición falló, sino porque aún no la hemos terminado.
En esta colección de notas, verás cómo ese proceso sigue vivo: en los vocales de mesa que se designan, en las protestas que aún ocurren, en los debates que se repiten, en las nuevas generaciones que exigen más. No es historia. Es lo que estamos viviendo ahora.
27 jul
2024
Las elecciones presidenciales de Venezuela de 2024, programadas para el 28 de julio, son cruciales para el futuro democrático del país. A pesar del Acuerdo de Barbados sobre Condiciones Electorales, el proceso no será libre ni justo debido a restricciones impuestas por el gobierno autoritario. La transparencia depende de observadores y la comunidad internacional desempeñará un papel clave.