El altar de muertos, una ofrenda ritual que conecta a los vivos con los difuntos en la cultura mexicana y latinoamericana. También conocido como ofrenda de Día de Muertos, es más que una decoración: es un puente entre el mundo de los vivos y el de los que ya no están. En Chile, aunque no es tan masivo como en México, cada vez más familias lo levantan con cariño, especialmente en zonas del norte y en comunidades que mantienen raíces indígenas o costumbres heredadas.
Lo que hace único a un altar de muertos, una estructura simbólica que combina elementos materiales y espirituales para honrar a los ancestros es su precisión: cada objeto tiene un propósito. La candelabra, un elemento esencial que guía las almas con su luz en la oscuridad no es solo para iluminar; representa la fe y la memoria. Las flores de cempasúchil, el color naranja intenso que marca el camino de los difuntos hasta el hogar no son decoración, son señales. El pan de muerto, las fotos, las velas, los dulces, el agua y hasta el cigarro o el licor favorito del difunto —todo forma parte de una conversación silenciosa, pero profunda, que se repite cada año.
En Chile, muchos lo ven como una costumbre ajena, pero la realidad es que se ha ido instalando con naturalidad. Familias que tuvieron raíces en México, Perú o Bolivia lo traen consigo. Otros, simplemente lo adoptan porque sienten que necesita un espacio en sus vidas. No es una moda, es una necesidad emocional: recordar sin dolor, honrar sin miedo. Y en un país donde el duelo a menudo se calla, el altar se convierte en un acto de valentía.
Lo que encontrarás aquí no son artículos teóricos ni guías de decoración. Son historias reales: una abuela en Iquique que prepara su altar con los dulces que le gustaban a su esposo; un joven en Temuco que lo arma con plantas del campo y una carta escrita a mano; una comunidad en Arica que lo convierte en un espacio colectivo, donde todos dejan algo de quien extrañan. No hay rituales perfectos, solo auténticos. Y eso es lo que te traemos: lo que pasa en los hogares, en las esquinas, en los rincones donde la memoria no se apaga.
El Día de los Muertos es una celebración emblemática de México donde se honra a los seres queridos fallecidos con ofrendas. Celebrada el 1 y 2 de noviembre, refleja la fusión de creencias indígenas y católicas. Las familias construyen altares decorados con fotografías, flores, velas y comida. Es un momento de unidad familiar y de recordar los relatos de aquellos que se han ido.